La comunicación en tiempos de pandemia
Como es sabido, la pandemia de COVID-19 ha introducido la vida de muchísimas personas de todo el mundo en el espacio virtual. Si bien las videollamadas parecen una solución elegante para el teletrabajo, se ha comprobado que desgastan la mente de formas complejas.
Varias personas han confirmado padecer un cansancio extremo luego de presenciar y participar en reuniones virtuales, videoconferencias; estas experiencias similares han provocado que este fenómeno pase a conocerse como «fatiga de Zoom», aunque este cansancio también se aplica si utilizas Google Hangouts, Skype, FaceTime o cualquier otra interfaz de videollamadas. El auge sin precedentes de su uso ante la pandemia ha demostrado algo que siempre ha sido cierto a escala poblacional: las interacciones virtuales pueden ser perjudiciales para el cerebro.
Parece curioso que el nombre de este fenómeno sea «fatiga de Zoom» cuando también sucede lo mismo con Google Meet, Jitsi y otras plataformas, pero justamente proviene de la publicidad que se la he hecho a a través de muchas acciones de comunicación digital en esta pandemia. Uno de los motivos de su éxito es que la misma cuenta al momento con mayor cantidad de beneficios brindados de manera gratuita, permitiendo que puedan acceder a ellas diferentes profesionales e infinidades de educadores de todos los niveles.
¿Cuál es la causa de este fenómeno?
Los humanos se comunican aunque no digan nada. Durante una conversación en persona, el cerebro se concentra parcialmente en las palabras que se dicen, pero también extrae significado de decenas de señales no verbales, como si una persona está de cara o ligeramente girada, si está inquieta mientras hablas o si inhala rápidamente justo antes de interrumpirte.
Estas señales pintan un panorama holístico de lo que se transmite y la respuesta que se espera del otro interlocutor. Los humanos evolucionamos como animales sociales, así que para la mayoría percibir estas señales es algo natural, hace falta poco esfuerzo consciente para analizarlas y puede sentar las bases de la intimidad emocional.
Sin embargo, una videollamada normal afecta a estas capacidades arraigadas y exige prestar una atención constante e intensa a las palabras. Si solo vemos la cara y los hombros de una persona, la posibilidad de ver los gestos de las manos u otro tipo de lenguaje corporal queda eliminada. Si la calidad del vídeo es mala, se frustra cualquier esperanza de deducir algo a partir de las expresiones faciales mínimas.
“Para alguien que depende de esas señales no verbales, el no tenerlas puede ser agotador”, afirma Andrew Franklin, profesor adjunto de ciberpsicología en la Universidad Estatal de Norfolk, en Virginia. El contacto visual prolongado se ha convertido en la señal facial más intensa disponible y puede parecer amenazadora o demasiado íntima si se sostiene demasiado.
Las pantallas con varias personas amplían el problema de la fatiga. La vista en galería supone una dificultad para la visión central del cerebro y lo obliga a descodificar a tanta gente al mismo tiempo que no se obtiene nada significativo de nadie, ni siquiera de la persona que habla.
«Realizamos muchas actividades, pero nunca nos dedicamos por completo a nada en particular», explica Franklin. Los psicólogos lo denominan atención parcial continua y se aplica tanto a los entornos virtuales como a los reales. Por ejemplo, piensa en lo difícil que sería leer y cocinar a la vez. Es el tipo de multitarea que el cerebro intenta (y no suele conseguir) manejar en una videollamada grupal.
Esto provoca problemas, como que las videollamadas grupales se vuelven menos colaborativas y más compartimentadas, conversaciones en las que solo hablan dos personas al mismo tiempo mientras las demás escuchan. Como cada participante usa una secuencia de audio y es consciente del resto de las voces, es imposible mantener conversaciones paralelas. Si ves a un solo interlocutor cada vez, no puedes reconocer el comportamiento de los participantes no activos, algo que sí percibirías con la versión periférica.
Para algunas personas, la división prolongada de la atención genera la sensación desconcertante de que te estás agotando sin haber conseguido nada. El cerebro se siente abrumado con el exceso de estímulos mientras está concentrado en buscar señales no verbales que no puede encontrar. Por eso, según Franklin, una llamada telefónica tradicional podría pasar menos factura al cerebro, ya que cumple una pequeña promesa: solo transmite una voz.
Algo interesante es que el cambio brusco a las videollamadas ha sido una bendición para las personas con dificultades neurológicas para mantener conversaciones en persona, como las personas con autismo, que pueden sentirse abrumadas cuando hablan varias personas.
A pesar de esta fatiga, las videollamadas han permitido que las conversaciones humanas se desarrollen de formas que habrían sido imposibles hace unos años. Estas herramientas nos permiten mantener relaciones a larga distancia, conectar salas de trabajo de forma remota e, incluso ahora, pese al agotamiento mental que pueden crear, promover cierta sensación de unidad durante una pandemia.
Hasta es posible que la fatiga de Zoom disminuya cuando la gente aprenda a desenmarañar el lío mental que provocan las videollamadas. Si te sientes cohibido o sobreestimulado, se recomienda apagar la cámara. Ahorrar energía para cuando quieras percibir las pocas señales no verbales que te lleguen, como durante las agotadoras charlas con personas a las que no conoces bien o cuando quieras sentir el cariño de ver a un ser querido. Si es una reunión de trabajo que pueda hacerse por teléfono, intentar caminar al mismo tiempo. “Se sabe que caminar en una reunión mejora la creatividad y es probable que reduzca el estrés”, afirma Claude Normand, de la Universidad de Quebec Outaouais, que estudia cómo socializan por Internet las personas con discapacidades intelectuales o del desarrollo.
Reedición del artículo. Fuente nationalgeographic.com